miércoles, 23 de marzo de 2016

PROFANADORES...


N
oche de sábado. Junto al muro del cementerio una fila de coches aparcados. Todo el mundo sabe que los muros del cementerio son un lugar ideal para hacer cruising y follar con total tranquilidad sin ser molestados. Los muertos no molestan a nadie, siempre que se les respete.


La puerta del conductor de un BMW rojo se abre y sale un joven de unos 25 años. Ya con la puerta abierta se puede oír mejor la música que suena en el interior del vehículo. Back to black, la inconfundible voz de Amy se deja oír en la oscuridad de la noche. El joven enciende un cigarrillo y el resplandor que desprende la luz azulada del Zipo de oro alumbra por un instante un bello rostro de piel trigueña. Sus rojos y carnosos labios chupan del cigarrillo. El humo absorbido es retenido por unos segundos en los pulmones para ser expulsado caliente  con una elegancia cinematográfica.


A una cierta distancia la imagen del joven recortada por la pálida luz de la luna otoñal simula un cartel de cine, del maravilloso cine en blanco y negro de la época dorada de Hollywood.

Un Ibiza blanco pasa muy despacio por la fila de coches aparcados observando, escudriñando, en la oscuridad de la noche del 31 de Octubre.

«Menudo bombón» piensa al pasar por el BMW rojo «pero no está hecha la miel para la boca del asno…hay que joderse, y este no viene a hacer chapas claro…o quizá sí y por eso ese pedazo buga…o lo mismo trapichea…y a mí que más me da, no me lo voy a poder comer…Anda mira ahí hay un hueco voy a parar y aparcar ahí porque ya no aguanto más y he de mear…si no tomara tanta cerveza…»

El conductor del recién llegado Ibiza blanco descolorido, con un arañazo en forma de rayo que lo atravesaba de adelante a atrás y de color rojizo, aparca como a cinco coches del BMW rojo.
Gira y al hacerlo casi roza al auto de la izquierda, un flamante Ford negro. El ocupante se lleva un susto de muerte al pensar que su maravilloso y recién estrenado vehículo pudiera ser ni tan siquiera manchado con la cagada de una mosca, con que menos que se lo dañaran tan bien aparcado como él estaba.

«Será gilipollas el tío…si me llega a dar se entera…le parto la cara y luego le pongo un parte que…»

Mariano, que así se llama el conductor del Ibiza blanco, se apea sin tan siquiera haber visto que el Ford de su izquierda estaba ocupado y se pone a miccionar contra el muro de ladrillo del cementerio. Mientras lo hace juguetea con su miembro intentando acertar con el chorro de orina sobre unas malvas que nacen junto al muro de ladrillo. Mientras micciona mira a un lado y otro casi esperando que alguien se le acerque.  Con la mano derecha sostiene su miembro viril, mientras que con la izquierda fuma pausadamente. Bueno no fuma con la mano, chupa con la boca y expulsa el humo que se funde con el vaho que desprende al respirar en un ambiente frío y húmedo como la noche de final de Octubre.

De repente nota a su diestra la presencia de alguien y se sobresalta porque no le ha oído llegar, a pesar de la alfombra de hojas secas que se extiende a lo largo del muro. Las hojas amontonadas por el viento, suelen crujir como cucarachas al ser pisadas, pero en esta ocasión no.

Mariano mira de reojo hacia su derecha al recién llegado y comprueba que es un hermoso joven de cabellos dorados y largos hasta los hombros. Los rayos de luna llena se reflejan en el cabello produciendo destellos de filigranas de oro  con un ligero toque ígneo.


Un tercer joven se les une sigilosamente acariciando su endurecido pene por encima del pantalón tejano.

«Vaya, picha española no mea sola» piensa Mariano mientras mira con mal disimulo al tercer joven que con inmenso descaro saca un descomunal, un gran pene que arroja sobre las ya mojadas malvas un espeso chorro de espumeante orina amarilla.

«No entiendo como puede mear así tan empalmado como está el cabrón» piensa el pobre Mariano mientras reniega de su pequeña polla».

A unos metros del trío por un hueco en el muro se cuelan dos jóvenes y se adentran en el cementerio. Entre besos y caricias llegan hasta una tumba con lápida de mármol y letras de metal dorado. Sobre ella no hay ningún signo religioso, sólo un nombre: Edward.

Uno de los jóvenes apoya su trasero sobre el borde de mármol sin dejar de comerse la lengua de su amante. Este le baja los pantalones y le fuerza a darse la vuelta con intención de penetrarlo. Lo consigue con oposición de su amante porque es más corpulento, más fuerte. Justo cuando lo está penetrando ve algo que le asusta y le obliga a salir corriendo hacia el mismo hueco en el muro por donde entró...

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